Las Navidades de la familia Messi siempre transcurrieron en el Barrio La Bajada, en Rosario. Ahí se armaba el asado con íntimos y vecinos, se sacaban las mesas a la calle y se descorchaba después de las 12. Eran los años 90 y Lionel ya daba cátedra con la Categoría 87 de Newell’s en el predio Malvinas Argentinas. Pero el nene zurdo no llegaba cansado ni a Nochebuena ni a fin de año. El amor por la pelota siempre podía más. Por eso, podía agradecerle un rato a Papá Noel si le regalaba una bicicleta, una pelota o una camiseta de la Lepra, pero enseguida se ponía a pelotear en la vereda.
La reunión familiar en las Fiestas es algo que nunca negoció ni el año en que fue fichado por el Barcelona.
El domingo 17 de septiembre del 2000 Messi viajó de Rosario a Buenos Aires y partió desde Ezeiza junto a Jorge, su papá, y Fabián Soldini, uno de sus primeros representantes. Lagrimeó, sí, pero estaba seguro de que venían tiempos hermosos para él y su fútbol. Ese fútbol que tuvo que postergar en Newell’s cuando le limitaron la ayuda económica para su tratamiento hormonal y mudó a Barcelona, donde le abrieron las puertas de par en par.
Fue duro el inicio, porque la prueba que hizo no generó el fichaje inmediato. Sin embargo, con el correr de las semanas -ya estando de nuevo en Rosario- lo llamaron para avisarle que tenía que armar las valijas en febrero de 2001 para instalarse definitivamente en suelo catalán. La Navidad del segundo milenio pudo ser la última en su ciudad natal; el amor por sus raíces y cultura impidió que eso sucediera.